Sunday, September 03, 2006

El volante de Gudariak

El teléfono sonó cuatro veces antes de que la mano firme y elegante decidiera oprimir la tecla verde para contestar.
- Te necesitamos…
Pero la mano se limitó a poner el pulgar a rondar alrededor del auricular, prolongando el silencio y poniendo un poco de tensión en el ambiente.
- Te necesita el Perro…
- Entiendo - Se limitó a contestar, para inmediatamente regresar al silencio.
- Dice el Perro que en esta no se arriesga con nadie más al volante que contigo…
El pulgar se detuvo por un momento, para levantar el teléfono y hacerlo golpear contra la sien repetidamente; Los ojos cerrados mostrando reflexión, el sonido del golpeteo del celular con el dueño no rompía el silencio, sólo lo hacía menos natural.
- Dice el perro que avienta la toalla si no le entras… que todo se termina y regresa a su vida cotidiana, dice que si no sale este asunto, no vale la pena seguir trabajando en esto… ¿Qué dices? - El interlocutor no logro articular una palabra, más bien emitió un sonido parecido a un gruñido que quiere parecerse a una palabra…
- Veo a que te refieres - dijo finalmente, sin hacer demasiado alarde, con una voz profunda y sencilla a la vez.
- ¿Entonces sí? - Trató de afirmar el enviado del Perro; Aunque no consiguió romper el silencio sepulcral que dejaba su interlocutor que se limitó a recorrer de nuevo el auricular con el pulgar, lentamente… muy lentamente. La respiración profunda y tranquila de un lado, contrastaba con la angustia del otro por no saber el futuro de su encomienda. El tiempo seguramente era diferente para cada uno. Un tiempo lento, pausado, reflexionado, mientras el otro se aceleraba continuamente y no conseguía mantener un ritmo constante.
- ¿Entonces? - Volvió a preguntar…
- Dile al Perro que ya me conoce. El sabe a que me refiero. - El pulgar dio una vuelta más al auricular y presionó el botón rojo para terminar la conversación, mientras del otro lado se adivinaba la voz tratando de cuestionar un poco más para su conocimiento… su interés personal no era un secreto para nadie.

Después de terminar la llamada, guardó el celular en su bolsillo, con la firmeza y precisión que caracterizaban todos sus movimientos. Tomó las llaves del Mustang y se dirigió al garaje. La puerta se levantó mientras el chillido de las llantas del coche mezclado con el sonido del poderoso motor de ocho cilindros, acompañaban la estrepitosa salida de Gudariak, el hombre a quien más confiaba el Perro.

Tuesday, December 06, 2005

Sé que eso pasó esa mañana

¿Qué pasó esa mañana Perro? ¿Qué pasó? Recuerdo que te despertaste muy temprano por los ruidos del vecino, como solía pasar cada fin de semana. Creo que ese vecino pone la música a ese volumen a propósito. Con toda la intención de despertarnos. Quizás lo hace por que durante las noches somos nosotros los que no lo dejamos dormir. En ese caso lo hace con toda justicia, y a mi no me molesta porque así me dura más el día. Además de que ya sabes de mi casi vicio por el fútbol que normalmente jugamos por la mañana. Pero eso de que nos esté despertando cada fin de semana a ti te choca, lo has dicho muchas veces. Y también tienes toda la razón en molestarte, porque aunque no van a venir los policías a callarlos, todos sabemos que esos decibeles son mucho más agresivos a esas horas que a las dos de la mañana cuando todos estamos enfiestados. Yo sé que cuando te despiertas eres un poco más fácil de molestar… como todos ¿no? Si vieras como te ves esas mañanas en que no te dejan dormir. Con la mirada perdida, como hacia adentro de ti, apenas consciente de que te estás sirviendo el jugo o más comúnmente abriendo una cerveza del día anterior. Si vieras tu cara… es para espantar a cualquiera. De hecho suelo pensar: “puta, que ni se le ocurra venir por nada al pendejo de alado ahorita porque este wey…“ Sé que estás que te lo comes vivo, sé que a esa hora no lo soportas aunque nunca se lo haz dicho, hasta eso está bien por la paz del edificio. Pero bueno, ¿qué pasó esa mañana? Sé que sí te despertaste porque entré casi sin querer a tu cuarto, casi por inercia para ves si ya te habías levantado y estabas vistiéndote para salir. Pero no, esa mañana no tenías el menor interés por levantarte. Tenías la misma mirada usual de esas mañanas, pero sin la cerveza en la mano y más bien tratando de conciliar de nuevo el sueño, aunque sabes que nunca lo consigues. Y sabes que luego hasta te enojas más por no poder regresar a ese sueño en que estabas con la aeromoza que casi te invitaba al cuarto de personal, o con la chava que te invitaba a subir al otro piso y estaban a mitad de las escaleras. Ese vecino tiene la habilidad de frustrarte tus mejores sueños. Pero eso pasaba cada fin de semana, algo más pasó esa mañana. ¿Qué fue Perro?

Yo la verdad que no quise acercarme más. Conociéndote, sé que en ese estado muerdes a cualquiera, si no es de a gratis que te digan Perro. De verdad que esos ojos que a veces tienes son para espantar a cualquiera. Así que mejor me salí de tu cuarto y desayuné como si nada, con la distracción de la TV. No creas que no notaron tu ausencia, preguntaron por ti, aunque para serte sincero, no les sorprendió mucho que te quedaras en la cama. Bueno, es que ellos sí pueden dormir con la música de los vecinos, creo que ya ni la notan. Ya sabemos que igual estos días para varios del depa, es sólo levantarse y comer algo para después volverse a dormir frente a la TV, o donde el cuerpo lo pida y quedarse con la menor actividad posible hasta ya bien entrada la tarde, casi la noche, cuando el teléfono empieza a sonar y se organizan los planes.

Pero el día de esa mañana en la que no sé bien qué, pero algo pasó, elegiste el momento más extraño para dejar tu cama. Como a las tres de la tarde, en fin de semana, cuando toda la ciudad duerme o por lo menos reposa; saliste de un salto repentino de tu cama, y así, sin más ni más, te pusiste los primeros pantalones que viste, te calzaste los zapatos que sueles usar, sin agujetas como siempre, te colocaste la chamarra de mezclilla sobre la camiseta con la que dormiste y sin decir nada a nadie, atravesaste la sala a paso firme, abriste la puerta con decisión y caminaste hacia fuera mientras azotabas la puerta. Creo que fue Ramón el que dijo “¿y este?” Pero nadie le hizo segunda, como que todos pensaron, “al rato se le pasa”. Pero yo salí a ver a donde ibas y sé que crees que nadie te vio. Pero sé que saliste y no bajaste por la escalera sino que saltaste al árbol de enfrente y bajaste en unos pocos saltos. Y no es poca distancia, estábamos en un tercer piso, son como diez, doce metros. Pero tú los saltaste así, sin más y sé que no te preocupó. Al tocar el piso sé que sospechaste que te miraba alguien de nosotros, pero no te importó. Caminaste hacia donde nunca caminamos, como hacia fuera de la ciudad, como hacia el monte. Era de verdad impresionante ver la decisión con la que caminabas. ¿Qué te hizo caminar así Perro? ¿Qué te hizo brincar así? Siempre hacías pendejadas de esas, pero nunca tan extremas. Como que siempre medias un poco las consecuencias y en esta aunque saliste sin problemas, si te hubiera fallado el brinco, o el árbol no te hubiera aguantado, seguro tendrías ahora una pierna rota cuando menos y si no salgo yo a ver a dónde caminabas ¿qué? Hubieras tenido que gritar para despertar a la raza. Además eso con buena suerte porque si te has caído desde nuestro piso, con mala suerte y hasta te matas Perro. Eso es lo que no me gusta. ¿Qué te pasó esa mañana Perro?

La verdad que me gustaría saber que disparate cruzó por tu frente esa mañana. Tal vez incluso todo empezó la noche anterior. Yo ya te notaba raro en la fiesta de esa noche. No hacías el menor intento de besar a Mariela, y eso que ella se te estaba regalando, no sé tampoco lo que tría ella, porque poco le faltaba para proponerte que fueran a su cuarto. Que es raro si piensas que es después de los dos meses que llevaba alejándose de ti, argumentando que sólo la querías para la noche. Recuerdo el día que me contaste su argumento y con tu típica mueca burlona terminaste diciéndome “Pues bien que sabe para que la quiero… ja” Y es cierto que hay noches en que uno no tiene ganas de intentar nada y ya, a ti te suela pasar. Pero la verdad que con ese regalito más que puesto no te imagino resistiéndote. Pero te vi. Y ahí yo pensé… “Algo trae el Perrito” Pero luego te fuiste a la mesa del dominó dónde se puede estar hablando poco y chupando mucho. Y ahí te quedaste, clavado en el juego según esto, aunque yo sé que algo más traías. Imagínate como traes a Mariela que jugó con tigo. Ella que ni sabe como acomodar una mula… Y ni así, no hubo forma de distraerte de tu propia cabeza. Luego la música trajo a los Héroes, pasaron canciones que normalmente no puedes escuchar sin cantarlas y tu, clavadazo en el juego… según esto. Quizás ya ni te acuerdas, pero Rogelio te buscó para cantar con tigo, y esa Mariela que te digo que estaba más que puesta te hizo varias preguntas sobre los Héroes y sus canciones; pero creo que incluso llegó a molestarte porque cuando te preguntó cual era el nombre real del vocalista, con paso mareado por cerveza, y la mirada directa a tu cuarto, te levantaste de la mesa y sin despedirte de nadie, te metiste a lo más profundo de tu cama y de ahí ni quien te viera hasta que yo entré al día siguiente.

Ya te dije porqué entré, igual sé que no te molesta que entre a tu cuarto, aunque eso de despertarte me queda claro que no te gusta para nada. Pero Perro… ¿Qué pasaba por tu cabeza esa noche? Y sobretodo, ¿que pensabas esa mañana? Porque aunque desde el día anterior ya algo traías, yo sé que lo que te hizo cambiar de vida fue algo que pensaste esa mañana, yo sé porque te vi, y esos ojos te delatan. Además el día anterior no hiciste nada, más bien sólo dejaste de hacerlo, pero esa mañana, mientras estabas en tu cama algo pensabas. ¿Pero qué? Cuéntame Perro, ¿qué pasó esa mañana?

Monday, October 03, 2005

Ese cigarro

La mirada siempre profunda del Perro Sapotez se perdía viendo hacia la vieja contrucción; mientras su cuerpo se recargaba en el impecable Mercedes modelo 68 que le servía de vehículo, Un brazo como si estubiera cruzado, el otro, encargado del cigarrillo, viajaba periódicamente y con mucha calma a la boca. En las retinas de Sapotez se podía ver a sus secuaces a lo lejos, intranquilos en su labor de derramar gasolina por cada rincon de la construcción. El humo del cigarro salía lentamente, casi como un suspiro en paz. Los tres personajes alborotados derramaban copiosas cantidades del mortífero líquido; se formaron charcos que parecían más bien el legado de la última lluvia del invierno. Pero no, el líquido no era tan amigable.

Al terminar con los 450 litros contenidos en 9 botellones, los secuaces corrieron hacia el coche. La puerta no abrío, tenía seguro de ese lado. Con autoridad, el Perro abrió la cajuela y señaló tres botellones más con el letal ingrediente de esta fiesta. -lo que está bien hecho, hay que hacerlo bien, lo que está mal hecho, hay que hacerlo todabía mejor, ¿¡entienden?!- Dijo Sapotez mientras sus secuaces con poco convencimiento y muchas ansias por salir cuanto antes de la escena, pues sabían contra quien hacían la treta, tomaron los botellones y se alejaron de nuevo.

El charco de gasolina, en su lento expandir, estaba por llegar al zapato del Perro Sapotez. Pero la mano del cigarrillo se aceleró, abrió la puerta del automovil, encendió el mercedes, bajó la ventana y aventó el cigarrillo. Se escuchó una enorme explosión que incluso hizo que el coche de Sapotez se meneara como canguro en apareamiento. Los gritos de dolor y de ánimo de venganza no duraron mucho, -cuando alguien muere suele dejar de gritar- pensaba Sapotez -Además ya no cobra venganza... sobretodo si es un traidor que trabajaba para el Perro y para él... ¡él!... pero... ¡bah!... que se muera con sus chingados informantes- Se apresuró a sacar un nuevo cigarro de la cajetilla. Lo encendió con su característica calma, con un cerillo de cabeza roja como marca su cábala, dio dos fumadas en paz y recargó la cabeza tranquilamente en el respaldo del coche. -Así trabaja el Perro...- fumada -sólo...- fumada - y por su cuenta-

Tuesday, September 27, 2005

El ataque de los gatillos

Un cuerpo apenas vivo rodó mientras bajaba del coche donde había tenido el encuentro con el Perro Sapotez. El rechinar de llantas alejándose del lugar delataban la escena. La conciencia era un lujo para esa cabeza que había sido golpeada una y otra vez con la cacha de pistola, pero había sobrevivido; aunque bien sabía que esa confesión era una tremenda traición para los suyos. Sin embargo sentía una felicidad inexplicable pues era la primer persona que sobrevivía a un encuentro con el Perro Sapotez.

Con una mezcla de sangre, agua de lluvia y saliva en la boca, se incorporó como pudo y caminó hacia adentro del callejón. Una sombra pequeña pasó por entre los balcones. Se hizo una revisión general y confirmó no tener ni un hueso roto, aunque la cabeza no dejaba de sagrar. Tres sombras más se asomaron entre los basureros. Se detubo un momento para escupir y tomar un poco más de aire. Varias pequeñas sombras más se apresuraron sobre las asoteas. Intentó continuar con su tropesado paso pero tres gatillos se descolgaron del ventanal directo a su cara. Los gritos fueron terribles, él quedó totalmente desconcertado por un momento; sintió como cada vez más y más gatos atacaban ahora sus pies, luego su abdomen, el cuello, los brazos y todo el cuerpo. Fue un festival de sangre y violencia gatuna. Los gritos se confundían con los mauyidos, a cualquiera le hubiera parecido el apareamiento simultaneo de 20 parejas de gatos en su mayor celo. Los huesos mostraron su amarillenta superficie cubierta de un rojo pegajoso. Las tripas se esparcieron portodo el callejón mezclándose con la basura. Justo un instante antes de perder por completo el conocimiento, tuvo conciencia de que moriría en ese ataque de los gatillos.

Al día siguiente, con las primeras luces del día, las vecinas gordas y con delantales de cuadritos dieron leche a los gatillos que aún chupaban sus bigotes y mordisqueaban tiernamente huesos de pollo entre la basura.