Ese cigarro
La mirada siempre profunda del Perro Sapotez se perdía viendo hacia la vieja contrucción; mientras su cuerpo se recargaba en el impecable Mercedes modelo 68 que le servía de vehículo, Un brazo como si estubiera cruzado, el otro, encargado del cigarrillo, viajaba periódicamente y con mucha calma a la boca. En las retinas de Sapotez se podía ver a sus secuaces a lo lejos, intranquilos en su labor de derramar gasolina por cada rincon de la construcción. El humo del cigarro salía lentamente, casi como un suspiro en paz. Los tres personajes alborotados derramaban copiosas cantidades del mortífero líquido; se formaron charcos que parecían más bien el legado de la última lluvia del invierno. Pero no, el líquido no era tan amigable.
Al terminar con los 450 litros contenidos en 9 botellones, los secuaces corrieron hacia el coche. La puerta no abrío, tenía seguro de ese lado. Con autoridad, el Perro abrió la cajuela y señaló tres botellones más con el letal ingrediente de esta fiesta. -lo que está bien hecho, hay que hacerlo bien, lo que está mal hecho, hay que hacerlo todabía mejor, ¿¡entienden?!- Dijo Sapotez mientras sus secuaces con poco convencimiento y muchas ansias por salir cuanto antes de la escena, pues sabían contra quien hacían la treta, tomaron los botellones y se alejaron de nuevo.
El charco de gasolina, en su lento expandir, estaba por llegar al zapato del Perro Sapotez. Pero la mano del cigarrillo se aceleró, abrió la puerta del automovil, encendió el mercedes, bajó la ventana y aventó el cigarrillo. Se escuchó una enorme explosión que incluso hizo que el coche de Sapotez se meneara como canguro en apareamiento. Los gritos de dolor y de ánimo de venganza no duraron mucho, -cuando alguien muere suele dejar de gritar- pensaba Sapotez -Además ya no cobra venganza... sobretodo si es un traidor que trabajaba para el Perro y para él... ¡él!... pero... ¡bah!... que se muera con sus chingados informantes- Se apresuró a sacar un nuevo cigarro de la cajetilla. Lo encendió con su característica calma, con un cerillo de cabeza roja como marca su cábala, dio dos fumadas en paz y recargó la cabeza tranquilamente en el respaldo del coche. -Así trabaja el Perro...- fumada -sólo...- fumada - y por su cuenta-
Al terminar con los 450 litros contenidos en 9 botellones, los secuaces corrieron hacia el coche. La puerta no abrío, tenía seguro de ese lado. Con autoridad, el Perro abrió la cajuela y señaló tres botellones más con el letal ingrediente de esta fiesta. -lo que está bien hecho, hay que hacerlo bien, lo que está mal hecho, hay que hacerlo todabía mejor, ¿¡entienden?!- Dijo Sapotez mientras sus secuaces con poco convencimiento y muchas ansias por salir cuanto antes de la escena, pues sabían contra quien hacían la treta, tomaron los botellones y se alejaron de nuevo.
El charco de gasolina, en su lento expandir, estaba por llegar al zapato del Perro Sapotez. Pero la mano del cigarrillo se aceleró, abrió la puerta del automovil, encendió el mercedes, bajó la ventana y aventó el cigarrillo. Se escuchó una enorme explosión que incluso hizo que el coche de Sapotez se meneara como canguro en apareamiento. Los gritos de dolor y de ánimo de venganza no duraron mucho, -cuando alguien muere suele dejar de gritar- pensaba Sapotez -Además ya no cobra venganza... sobretodo si es un traidor que trabajaba para el Perro y para él... ¡él!... pero... ¡bah!... que se muera con sus chingados informantes- Se apresuró a sacar un nuevo cigarro de la cajetilla. Lo encendió con su característica calma, con un cerillo de cabeza roja como marca su cábala, dio dos fumadas en paz y recargó la cabeza tranquilamente en el respaldo del coche. -Así trabaja el Perro...- fumada -sólo...- fumada - y por su cuenta-
1 Comments:
Qué complejo de tu subconsciente habrá entrevisto, en lo que escribiste, el güey del comentario de arriba para recomendarte alargamiento de pene...
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